La despedida de Javier
Castaño de la afición charra estuvo llena de emoción, sinceridad, cariño y
respeto hacia un torero que ha demostrado su entrega y pasión por su profesión en
todos sus años como matador de toros, (24 años para ser concretos) y sus más de
30 años dedicados al toro en cuerpo y alma, que se dice pronto.
Plaza de toros de
Guijuelo. Segunda de
abono en tarde nublada, amenazante de tormenta y con calor. Tres cuartos de
aforo cubierto. Toros de la ganadería salmantina de José Enrique Fraile de Valdefresno, de excelente presencia y
variado juego. 1º Noble. 2º bravo y encastado. 3º Noble y con recorrido. 4º
Noble y con entrega. 5º Bravo y exigente en colocación, toques y distancias. 6º
Limitado por algún tipo de lesión. Todos fueron aplaudidos de salida y cuatro
en el arrastre.
Javier Castaño de caldero y oro; Pinchazo, estocada
y descabello: silencio. Estocada entera contraria, siete descabellos, media
estocada y descabellos: saludos desde los medios.
Damián Castaño de pizarra y plata; estocada casi
entera: dos orejas. Media estocada delantera y cuatro descabellos: silencio.
Ismael Martin de verde esperanza y oro; tres
pinchazos y estocada: saludos. Pinchazo y estocada: dos orejas.
Javier Castaño estuvo dispuesto y decidido durante
toda la tarde en su despedida de la afición charra. Entrega corazón y paciencia
ante el “grandón” primero que le tocó en suerte, al que solo Javier, fue capaz
de entender y acomodar el trasteo. Un toro noble, pero con embestidas
destartaladas y sin ritmo. En su segundo dibujo muletazos lentos, sentidos,
cadenciosos y largos, con una mano izquierda en la que apenas se apreciaron los
toques ni el giro de muñeca, consiguiendo de esta manera, lo más valioso y
cotizado de la tarde. Los aceros se atragantaron injustamente para Javier, que
puso verdad, entrega, corazón y los sentimientos de todos los presentes a flor
de piel. El toreo son emociones más allá de triunfos, y Javier ayer, me
emocionó y lleno mis ojos de lágrimas. Y eso solo lo consigue, la gente que
hace las cosas con verdad.
Damián Castaño llegó todavía renqueante de su lesión
en el gemelo, algo que no se notó en absoluto. Con su primero, un toro bravo y
encastado, realizó un trasteo lleno de verdad y entrega, ante un toro que pedía
precisamente eso. Con su segundo toro, le costó más acoplarse al tipo de
embestida, mucho más codiciosa y temperamentales. Estuvo entregado, pero sin
llegar a explosionar la faena.
Ismael Martin es todo entrega y espectáculo. El
torero de Cantalpino tiene una facilidad innata para conectar con los tendidos
desde que despliega su capote. Actúa en todos los tercios, con gran facilidad
entrega y recursos. Con las banderillas forma auténticos alborotos en la
parroquia. Ayer, uno de sus fuertes que son los aceros, no viajaron de la forma
que nos tiene acostumbrados, aun así, salió por la puerta grande.
El toreo son emociones, y ayer me emocioné en la plaza de
toros de Guijuelo. El culpable fue Javier Castaño, al que sigo desde sus comienzos,
y con el que nada tenemos que descubrir a estas alturas de su fructífera carrera,
no en vano, es el torero salmantino que más paseíllos ha realizado después de
la terna de oro del toreo charro, “El Viti”, “El niño de La Capea” y Julio
Robles. Ayer en Guijuelo se despidió de la afición charra, sin un triunfo
contundente, cierto es, pero con el poso, la entrega, la verdad, el compromiso
y su corazón por delante, como tantas y tantas tardes ha hecho. Solo puedo
decirte una cosa Javier; mi sombrero a tus pies torero.
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