La mecha se encendió en el último de la tarde, por corazón, raza, compromiso y entrega del más nuevo del cartel, Julio Norte demostró que tiene hambre y ganas.
La verdad, es que la tarde de ayer, pasó como una siesta por la cubierta de Alba de Tormes. Por unas cosas o por otras, la tarde no acababa de desperezarse, solamente en momentos puntuales, como la dimensión mostrada por el torero de La Fuente de San Esteban Alejandro Marcos, que dejo constancia de su gran concepto, gusto y torería ante un novillo de Pio Tabernero con un pitón derecho potable y uno izquierdo infumable.
Anteriormente, El Capea se las vio con un novillo de su casa, que no se lo puso fácil, resultando arisco e informal. Damián Castaño hizo las labores de enfermero, con un novillo de buena condición de Ramón Espioja, pero sin ninguna fortaleza.
Manuel Diosleguarde se encontró con uno de los buenos novillos de la tarde, el de Sánchez Herrero. Bravo y molesto en los primeros tercios, acabo entregado y humillando ante el buen hacer del torero.
Siempre se ha dicho que cuando un animal es bruto, necesita suavidad, nada fácil hacerlo, por otro lado. Pues bien, Antonio Grande recetó una gran dosis de violencia y toques bruscos a un novillo “geñudo”, arisco y bruto, lo que complicó mucho más el trasteo.
Pérez Pinto lidio su novillo con solvencia, técnica y oficio, y puede ser, o por lo menos a mí me lo pareció, con excesiva frialdad, igual que estaba la tarde hasta el momento.
Salió el séptimo novillo de la tarde, de Ignacio López Chaves, bravo con entrega y trasmisión, con el que el novillero sin caballos Julio Norte puso toda la carne en el asador. Dos largas en el tercio para seguir con un arrebatado manojo de verónicas, que caldearon de golpe el frio escenario de la tarde. Entrega total en el trasteo de muleta, que encendió definitivamente “La Mascletá” del festival a beneficio de los damnificados por la DANA en Valencia.
Lo más emotivo de la tarde, fue ver al BALILLA, ese niño que toreaba de salón en las calles embarradas de su pueblo valenciano de Algemesí, cuando todo era desesperación y destrucción. El Capea lo trajo de su mano, para que por lo menos por unos días, desconectara de su entorno y disfrutara de su pasión y su afición. Un momento entrañable con un niño de apenas cuatro años, que se movió con soltura por el ruedo de la plaza de toros de Alba de Tormes, y un detallazo de Pedro Gutiérrez Lorenzo “EL Capea” que lo hizo posible.
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