Ya casi en los epílogos de la temporada, me voy dando cuenta de varias cosas, que por otra parte las llevo pensando hace muchos años. La temporada de la “nueva normalidad” ha resultado ser la temporada de “la involución en el toreo”.
Hay un libro de mi amigo D. Jesús Soto de Paula que es muy recomendable leer en cualquier época, pero ahora, si cabe, es mucho más recomendable ser leído, por su contenido y por la época que estamos viviendo en el toreo. El libro se titula “Revoluciones y Revelaciones toreras”. El que se lo haya leído sabrá de que hablo.
Hay tardes, ferias, o simplemente faenas o detalles que quedan en la memoria de los aficionados por muchos años que Dios te de vida. Y por otra parte hay otras faenas, que no acabas de salir de la plaza y no te acuerdas ni tan siquiera del color del terno del matador. Hay tardes revolucionarias (muy necesarias en la tauromaquia) y tardes reveladoras (fundamentales en la tauromaquia).
El toreo está lleno de toreros “revolucionarios” que han marcado una época en el torero, épocas de gloria para los empresarios, de llenos todas las tardes y de gran eco social a todos los niveles. Toreros que han puesto caro el turrón y han mandado en esto de una manera totalmente arrolladora. Cordobés, Paco Ojeda, Jesulin, El Juli… Roca Rey. Toreros seguidos por las masas llenando las plazas de toros y las ciudades donde actuaban dando un empujón económico y social de gran envergadura. Toreros muy necesarios para la fiesta y para la sociedad.
Toreros que han tirado del escalafón con gran fuerza y tesón, provocando el esfuerzo de los que venían detrás, si no se querían quedar en la estacada.
En otro “escalón” del toreo están los toreros “reveladores” toreros que hacen conmover el alma de los asistentes, ya sean aficionados o simplemente espectadores. Toreros que ponen el alma al servicio de la creación artística delante de un animal. Una creación artística efímera, con fecha de caducidad, pero eterna en el tiempo y en la memoria. Una obra de arte que se construye con cimientos tan sólidos y a la vez tan frágiles que según se va construyendo se van desquebrajando hasta quedar en nada y en todo. Yo tengo una metáfora que viene al pelo para poder explicar todo esto. Es como cuando en un café amargo y negro, se disuelve un terrón de azúcar, que ves con tus ojos, al disolverse dejas de verlo, pero el sabor del café ha cambiado.
Morante de La Puebla, Finito de Córdoba, Diego Úrdiales, Juan Ortega, Pablo Aguado, Alejandro Marcos, José Garrido, Lama de Góngora, Emilio de Justo… y varios toreros más que intentan conmover el alma, pero no de forma forzada, sino simplemente, porque su propia alma los conmueve a ellos a crear obras de arte de tal grandiosidad, que evaporándose en el aire a la vez que se están construyendo, permanecen de tal forma en el tiempo, que son eternas.
Este año, no cabe la menor duda, que Morante de La Puebla se ha echado la temporada a la espalda, ha tirado de ella y ha puesto caro el escalafón. Un torero denominado artista, en ocasiones mal tratado, ha puesto al toreo a cavilar. Se ha encerrado con corridas de toros de encastes distintos, saliéndose de la línea de confort, dando cabida a ganaderías de las que menos lidian, recuperando encastes con solera y acartelandose con toreros con proyección. Algo que antiguamente lo hacían los mandones del toreo; ahora no. Hoy todo aficionado es de Morante.
2022 se prevé un año interesante. Un año que el escalafón puede dar un vuelco. Un año en el que las figuras deben de atarse los machos más fuertes que nunca, porque el mandón (Morante) manda. Por qué los jóvenes aprietan. Y por qué hay un nutrido grupo de toreros que están en segunda línea, que cada vez que se les ha dado la ocasión, han disparado con gran acierto a la diana del éxito. Todo esto metido en una batidora, puede dar como resultado un año fabuloso para las empresas, los ganaderos, los toreros, para la sociedad y lo que es más importante, para la tauromaquia.
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