lunes, 22 de julio de 2013

La historia de las entradas de Nimes



Víctor Soria

A veces la vida es tan sabia como para colocar cada cosa en su sitio. Sitaciones que transcurren en un momento determinado y más tarde te das cuenta de que sucedieron por un motivo concreto. En este caso, se trata de la historia de dos entradas para la histórica corrida de Nimes en la que José Tomás estoqueó en solitario seis toros de diferentes ganaderías. Todos los que allí estuvieron, coinciden en que fue un acontecimiento único que forma parte de la historia del toreo. No sólo por las once orejas y rabo que cortó el diestro de Galapagar, más allá de un indulto, la atmósfera creada en aquella corrida no se olvidará jamás por los privilegiados que pudieron conseguir una de las codiciadas entradas.

Servidor, incasable tomasista, tenía en mente cruzar el país en tren para rendir culto al torero como venía siendo habitual. Con mayor motivo después de ver sus anteriores tardes en Badajoz y Huelva en las que fue capaz de bordar el toreo. José Tomás se enfrentaba al mejor torero del escalafón, sin duda, al que más problemas le iba a poner en el ruedo, el rival más duro jamás encontrado; él mismo. Más aún con el recuerdo presente de aquella corrida benéfica de Barcelona, también en solitario. No podía dejar escapar ese cartel. La mala suerte quiso que, por motivos laborales, no pudiera asistir a Nimes. Dos entradas colgadas en el cajón del escritorio que se convirtieron en una penitencia cada vez que topaba con ellas. La obligación de retransmitir las corridas de la Feria de Salamanca con la extinta Punto Radio fue la piedra de mi camino. Por suerte, compartí micrófono con otro gran tomasista que sufría la misma enfermedad, Leopoldo Sánchez Gil, y ya se sabe que las penas con pan, son menos penas.

La casualidad quiso que un buen día recibiera una llamada de un buen amigo del mundo del toro. Aureliano Grande, más de veinte años en el equipo presidencial de La Glorieta, me pidió un favor. No era otro que conseguir dos entradas para un amigo que tenía ganas de ver a José Tomás en vivo. Así pues, las dos entradas que había reservado anteriormente pasaron a tener dueño. Quedamos una mañana en una céntrica cafetería de Salamanca para hacer la entrega de las mismas. Conocí a un hombre, con cara de buena persona y tan sólo un hilito de voz, dispuesto a cualquier cosa para ver a su torero. Pregunté a mi amigo qué le sucedía en la voz y me comentó que padecía un principio de una enfermedad poco corriente. Ahí quedó la cosa. Este buen hombre fue con su mujer en coche hasta Nimes, una buena tirada desde nuestra Salamanca, y allí pasó unos días visitando también la maravillosa Costa Azul.

Al poco tiempo de volver, tomamos un café porque quiso agradecerme la gestión que había hecho. Había disfrutado como nunca en una plaza de toros y su ilusión por volver a ver a José Tomás era bárbara. Nos citamos para la próxima sin saber que su enfermedad se estaba agravando. Hace pocos días, el bueno de Vicente Campo, falleció tras pasar un verdadero quinario viendo cómo su vida se apagaba poco a poco. Cuando me lo contaron, me llevé un tremendo disgusto. Siempre guardaré unas palabras de su buen amigo Aureliano: "Víctor, le regalamos la última gran ilusión de su vida al ver a José Tomás en Nimes. A día de hoy, contaba a todo el mundo aquel viaje como uno de los más emocionantes que ha realizado".

Yo, ahora, me alegro de haberle cedido esas dos entradas. El ver cómo la pasión por el toreo fue capaz de emocionar tanto el alma de una persona es una sensación inigualable. Vaya este brindis por el bueno de Vicente que siempre llevará en el recuerdo, esté donde esté, aquella tarde de José Tomás en Nimes.

Publicado en Burladero.com

2 comentarios:

  1. Una gran historia, un bonito viaje y un emotivo homenaje.

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  2. Sus hijos siempre te estaremos agradecidos. Se le encendía la cara cuando intentaba explicar con señas "su aventura en Nimes", la última de su intensa vida.
    Un abrazo.

    Maribel

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