martes, 2 de noviembre de 2021

TREINTA AÑOS Y NO PASA DE MODA

 

Mantener la ilusión por algo no es nada fácil, es más, yo diría que casi es milagroso, y si encima ese algo ya te ha proporcionado todo, es casi imposible.


 

Un torero cuando empieza, en sus primeros años de matador de toros, todo son ilusiones, proyectos, metas, objetivos… y toda su dedicación y esfuerzo van destinados a conseguirlos. Las circunstancias propias de la vida y el tiempo, que es lo más sabio que tenemos, le ira dando o quitando la razón, y lo que es más duro, la ilusión. Muchos se aferran a sus cualidades, que son las mejores para el triunfo, pero con eso solo no basta. Se necesita constancia, dedicación, sacrificio, esfuerzo, ilusión y suerte, sobre todo suerte y, así y todo, puede que las cosas no salgan como uno quiere.



El elegido, el que todos quieren ser, es aquel que con su esfuerzo, condiciones y suerte consigue en su profesión todo lo que está al alcance del ser humano, fama, dinero, prestigio, reconocimientos… todo por lo que se esforzó y soñó.

Luego están los fuera de serie, los que no se repiten, los que no tienen moldes para sacar copias dentro de varias décadas, los que, a pesar de que los años pasan, ellos no pasan de moda, mejor dicho, no se les puede catalogar en ninguna moda, porque no entran en las modas por su acusadísima personalidad. Uno de estos elegidos es Juan Serrano “Finito de Córdoba”.

Treinta años en el escalafón superior, treinta años que se dice pronto, y con una legión de seguidores. Treinta años espolvoreando su esencia, su sentir, su capacidad, su elegancia, su concepto, su torería, su arrogancia, su magisterio por las plazas de toros y sigue ilusionado, y lo que es más importante, ilusionando. ¡Esto sí que es difícil!, tener todo, haber conseguido todo en su profesión y en la vida (fincas, coches, dinero, estatus, prestigio, respeto…) y seguir ilusionado con el toro, con el toreo, con la vida, con su vida.


Siga usted los años que quiera, siga usted ilusionado e ilusionando, siga usted dando clases de toreo (cuando el toro le deje) por las plazas de toros. Treinta años ilusionando al aficionado (no a todos, porque nunca llueve a gusto de todos), y el aficionado sigue ilusionado por verle, por verle hacer el paseíllo, por verle desplegar su capote y enjaretar media docena de lances garbosos, por verle encauzar embestidas en su muleta hasta llegar a mimar los embroques, por verle ilusionado delante de la cara del toro… simplemente, por verle.

 

 


 

 

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