Seguro que lo que os voy a contar, os ha pasado a muchos de
vosotros. Es algo muy bonito, y a lo que realmente no le encuentro explicación,
pero lo vivo como si realmente fuera un éxito personal y rotundo. Todo empieza en torno a las 22:30 cuando me acuesto, no
todos los días, pero si muchos, y os puedo asegurar que la gozo. Esta noche ha
sido la última.
Ya estamos al lio. Suena "el tararí" y me toca a mí.
Nervioso no estoy, simplemente a la expectativa. Me meto en el burladero de
matadores y espero la salida del toro. Es bonito, o feo, o grande o pequeño, qué
más da, yo lo que sé es que con este la voy a gozar.
Salgo al tercio y con la pierna flexionada lo paro de cuatro
pasadas, dos por cada pitón. Me pongo erguido, y con el medio pecho por
delante, los talones asentados y el cuerpo cargado en los riñones, le enjareto
media docena de lances "pa enmarcar", con un remate
"guarrillo" al intentar la media que me tropieza. La gente esta
receptiva conmigo, lo noto, (para algo es mi sueño). Me desentiendo de la lidia
y me acerco a las tablas a beber agua, y le digo a mi mozo de espadas;
"...me tropezó el remate, no pude darle la media". Continua la lidia,
ya esta picado y salgo hacer un quite, noto el "run run" en los
tendidos. Otro manojo de verónicas con empaque, gusto y cadencia, donde el
remate es una revolera que sale tropezada por no intentar otra media. Vuelvo a
las tablas a por la muleta y la espada de matar, y vuelvo a decírselo al mozo
de espadas; " no soy capaz de pegarle una buena media y quedarme a gusto".
Brindo la faena a la plaza entera, abarrotada de público muy
a favor de obra. Comienzo la faena de muleta entre las dos rayas con ayudados
por alto, con mucho gusto, y remato con el pase del desprecio. La ovación es
atronadora y comienza a sonar "La Concha Flamenca". Desde los medios
cito con la derecha, y el toro se viene con una calidad, temple, y nobleza que
da la sensación que embiste mi mejor amigo (vuelvo a decirlo, es mi sueño). Una
tanda de seis derechazos sin apretarlo rematados con el de pecho. La plaza es
un manicomio. Me acoplo al compas del pasodoble y su solo de trompeta, una
serie muy encajado por el pitón izquierdo, rematada por abajo. Ahora mismo
estoy eufórico... Continúo en el centro del ruedo, bueno no, más cerca del
tercio, por fuera de la segunda raya. Otra tanda de naturales rematados por detrás
de la cadera, con la mano abajo, y el cuerpo desmadejado... ¡joder que tanda!
Empiezo a cerrar el toro, toreando, andando con garbo y gusto... queda
colocado. Monto la espada y entro por derecho; estocada hasta los gavilanes...
Me acerco a las tablas y todo son parabienes. Bebo agua de
mi vasito de plata con la imagen de "El Cautivo de Málaga" grabada, y
le vuelvo a comentar a mi mozo de espadas; "que pena que no lo he cuajado
con el capote, merecía una media de las buenas".
La plaza es un autentico alboroto, un manto de pañuelos
cubren los tendidos pidiéndome los trofeos... dos orejas y la gente sigue con
la petición. Una cosa extraña comienza a sonar, como si me dieran los avisos
con el toro muerto. Me pongo nervioso y pregunto ¿qué es lo que suena?"...
el despertador, se acabo el sueño, son las seis de la mañana.
Me levanto sintiéndome torero, descansado de cuerpo y con
una felicidad indescriptible en el alma. Preparo la cafetera y voy al cuarto de
baño, me aseo, y cuando me estoy secando con la toalla, pego una media
"belmontina" para hacer carteles de toros. Y digo para mis adentros
" ese remate fue el que se me quedo en el tintero". Nos queda eso
soñar. Para soñar no hay que pedirle permiso a nadie, ni hacer daño a nadie,
simplemente soñar... y disfrutar.
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